Albert Camus
De chicos imaginábamos un mundo distinto, fantástico, plagado de seres capaces de defendernos y ayudarnos en caso de que alguien quisiera lastimarnos, oprimirnos. Ellos eran los héroes y heroínas, enarbolados de belleza y coraje, nacidos para dar y en cada capítulo de alguna serie televisiva o revista donde apareciesen, nosotros sabíamos que iban a triunfar. Eran honestos, fieles y no pedían nada a cambio por sus servicios. Nunca supimos si Superman o la Mujer Maravilla tenían una cuenta corriente en un banco donde la comunidad hacía sus aportes a cambio de su protección. Nosotros creíamos fuertemente en ellos y soñábamos con convertirnos en uno al crecer. La vida nos mostró otra cosa. Nos mostró un mundo donde el bien no triunfa y donde se necesita de muchos superhéroes para poder hacerlo. Pero faltan, porque no es rentable, los superhéroes no cobran nada y los "malos" nos ofrecen día a día una oferta mejor a costa del padecimiento de otros. Ya no somos héroes, porque damos la espalda a quienes nos necesitan.
¿Hay una salida? Sí, por supuesto. Y se empieza por recuperar esos sueños que los años nos han ido sacando, esos sueños de dar sin pedir nada a cambio, de buscar transformar las cosas para mejorarlas y de saber que tal vez nos lleven muchas páginas de un comic o muchos capítulos de una serie, pero la perseverancia y la lucha de corazón nos llevará al triunfo, a ser verdaderos héroes. Recuperar la inocencia, la del niño, que cree que nada es imposible, no la del adulto que se deja convencer y pisotea sus ideales por falsas promesas del poder opresor. Mirar atrás y crecer sin perder la esencia. Porque al fin y al cabo, no nos hace adultos el olvidar esos héroes y verlo como cosa de chicos. La adultez llega cuando somos concientes de que ahora nosotros comenzamos a ser protagonistas heroicos de esta historia.